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No somos el enemigo

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El ping pong político de la ayuda humanitaria se va complicando. Fidel Castro tiene una larga lista de "enemigos" a quienes pretende bloquear su apoyo a los damnificados cubanos por las recientes tormentas Gustav y Ike.

Fragmentos de la noticia sobre la cuarta oferta de Estados Unidos

El secretario de Comercio de Estados Unidos, Carlos Gutiérrez, dijo este domingo que Washington ha realizado una cuarta oferta de ayuda a La Habana, y pidió al gobierno de la Isla que ponga "los intereses del pueblo cubano por encima de las diferencias políticas", informó EFE.

"Nuestra oferta más reciente fue una respuesta directa al pedido del gobierno cubano para materiales de construcción", explicó Carlos Gutiérrez.

La Agencia Estadounidenses para el Desarrollo Internacional (USAID) "está preparada para entregar, por aire y mar , suministros de construcción y albergues que puedan dar vivienda temporal y permanente" para unas 48.000 personas.

Según informes de prensa y de organismos de socorro que han visitado la Isla, hasta 2,5 millones de cubanos estarían sin hogar.

El paquete de ayuda más reciente de Estados Unidos, dijo el funcionario, incluye el envío aéreo de 8.000 equipos para albergues de emergencia y para el hogar, seguido por el envío de materiales complementarios, como techos de zinc y madera para reparaciones residenciales.

Fragmentos de las declaraciones del Comisario Europeo de Desarrollo y Ayuda Humanitaria, Louis Michel

El comisario europeo de Desarrollo y Ayuda Humanitaria, Louis Michel, visitará Cuba entre el 22 y el 25 de octubre para negociar la posible reanudación de los programas de cooperación del Ejecutivo comunitario con el gobierno de la isla, una asistencia que el régimen de La Habana rechaza desde 2003.

Por otra parte, Michel informó hoy (septiembre 16) de que la CE se ha puesto en contacto con Cuba para ofrecer ayuda tras el paso de los huracanes "Gustav" y "Ike", que asolaron en las últimas semanas la isla, y aseguró que Bruselas se encuentra a la espera de la respuesta de las autoridades cubanas.

"Ya no depende de nosotros, les corresponde a ellos decirnos si la desean o no", insistió el comisario, que recordó que en casos de asistencia como este es necesaria la autorización del país receptor.

Mientras la gente hace colas delante de ollas colectivas o vive desplazada en casas ajenas y carpas improvisadas, Fidel Castro se da el lujo de seguir rechazando, según sus propios criterios, la ayuda que no sea de su agrado y lanza las primeras amenazas contra quienes no piensen igual que él.

El pasado 16 de septiembre escribió en el Granma:

Es obvio que el gobierno de ese poderoso país no puede comprender que la dignidad de un pueblo no tiene precio. La ola de solidaridad con Cuba, que abarca a países grandes y pequeños, con recursos y hasta sin recursos, desaparecería el día en que Cuba dejara de ser digna . Se equivocan rotundamente los que en nuestro país se disgusten por ello.

En su ultima “reflexión” del domingo, aquel que continúa trazando el camino de Cuba hasta que se demuestre lo contrario, dice:

También se producen blandenguerías en algunos ciudadanos que se habitúan a recibir y dedican poco tiempo a meditar, leer periódicos e informarse de las realidades. El enemigo conoce sobradamente bien las debilidades de los seres humanos en su búsqueda de espías y traidores

El bien atendido, cobijado y alimentado Primer Secretario del Partido Comunista ya anunció que esta batalla apenas comienza y dio a entrever que su próximo blanco serán las donaciones procedentes de la diáspora que tampoco sean de su agrado (o sea, casi todas). Sus envíos pueden ser “confiscados”, amenazó en ese mismo texto.

¿Quiere EEUU dar una buena imagen? Seguro. Eso, en efecto, conviene a sus intereses políticos inmediatos, aunque lo que más beneficiaría a ambas naciones sería una revisión a fondo de sus políticas bilaterales. También le conviene ayudar a asegurar condiciones mínimas en Cuba a los damnificados para que no piensen en largarse para EEUU. Tampoco quieren que se les responsabilice con la hambruna que acecha a la vuelta de pocos meses. ¿Es todo eso hacer política? Seguro. ¿Debe anteponerse el objetivo igualmente político de La Habana de impedir que los EEUU "queden bien" al alivio que supone esa ayuda para los damnificados? No, mil veces no. No es ético hacerlo. Esa falta de ética en la postura asumida en esta situación por Fidel Castro es la que resta fuerza persuasiva a sus argumentos. Si al ofrecer el envío de una brigada médica a New Orleans dijo que la ayuda humanitaria debería estar por encima de la política, ahora no ha sido capaz de aplicar esa norma moral en beneficio de los cubanos.

Tampoco han sido muy coherentes las posturas asumidas por La Habana ante la ayuda ofrecida por diversas fuentes.

¿Por qué se consideró que la oferta inicial de 100,000 dólares por EEUU representaba una cifra "ridícula" pero ese no fue luego el caso con los 300,000 de China, país mencionado por Fidel Castro entre sus agradecimientos? ¿Por qué el envío de equipos de evaluación ofrecidos por Venezuela y México no fue rechazado por "humillante", pero la idea de recibirlo de EEUU, resultó intolerable? ¿Por qué se insiste todavía en rechazar la ayuda estadounidense después que esa condición fuera retirada y multiplicada 50 veces la cifra inicial? ¿Y cuál es el problema ahora con la Unión Europea? ¿Bajo cual lógica se rechaza la ayuda de ese bloque regional de 27 países pero se le acepta a dos naciones –Bélgica y España, que no son mencionadas siquiera entre los agradecimientos de Fidel Castro- que envíen la suya?

El convaleciente Primer Secretario del Partido Comunista de Cuba, desde su cómodo aposento, no tiene moral para hablar en nombre de los que ahora nada tienen y a los que ni tan siquiera se les reconoce el derecho de aparentar "desánimo" o de poner cara "hosca" en presencia de Raúl Castro, sobre todo si se tiene presente que su escolta exhibe rostros hoscos a quienes no sonrían al paso del General. Las donaciones, en última instancia, no son para el gobierno cubano, sino para los damnificados. Recibirlas es su derecho a la vida.

Mientras seguimos demandando el levantamiento de las restricciones de remesas y viajes a los cubanos en Estados Unidos hay que exigirle al gobierno en la isla que deje entrar toda la ayuda humanitaria de emergencia disponible, incluida la de la Unión Europea, -que nunca impuso un embargo económico a Cuba y cuyas sanciones políticas del 2003 fueron levantadas hace meses. Ese bloque ya dio 2 millones de Euros (cerca de 3 millones de dólares) a Haití en ayuda humanitaria por el Gustav y el Ike mientras La Habana primero guardaba silencio frente a la interrogante europea sobre si aceptarían o no la ayuda y ahora pretende ocultar su negativa a recibirla alegando que no existe todavía un acuerdo marco de cooperación –que es un asunto diferente al de la ayuda de emergencia que ahora está en juego- entre la Unión Europea y Cuba.

Hay quienes me dicen -con razón- que pierdo el tiempo solicitando una postura ética a quienes carecen de ella sea en La Habana, Miami o Washington. Pero no es para ellos que escribo. Es para los estadounidenses y cubanos decentes en ambas orillas que deben saber con claridad lo que sucede, conocer las opciones existentes y participar, juntos, en defensa de los intereses de los damnificados.

Prefiero que sean El Discípulo & B, quienes -con rap y lógica popular- respondan tanto al Asesor en Jefe como a aquellos políticos que desde cualquier latitud geográfica o ideológica juegan con la suerte de las víctimas de esta tragedia. Frente a ellos –en defensa de la genuina dignidad y la ética- hay cubanos y norteamericanos que, poniendo a un lado nuestras diferencias, demandamos unidos el derribo de todos los muros que hoy entorpecen esta operación humanitaria.

Nosotros no somos el enemigo.

NO SOY EL ENEMIGO (El discípulo & B)



El Gobierno Invisible

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La forma de actuar de las autoridades cubanas ante los recientes desastres me recordó un libro publicado bajo ese título sobre la Agencia Central de Inteligencia (CIA) de Estados Unidos. La tesis del autor era que dicha institución representaba un centro de poder omnímodo cuyos procesos de toma de decisiones escapaban incluso al poder ejecutivo del que formaba parte.

La estructura de poder en la isla, según la Constitución, está regida por un conjunto de instituciones principales: el Partido Comunista, el Consejo de Estado, el Consejo de Ministros y la Asamblea Nacional del Poder Popular. En teoría son esas las agencias que dirigen y administran el país. Existen incluso legislaciones que prevén las formas excepcionales bajo la cuales se gobernaría un estado de emergencia. Pero al enfrentarse esta catástrofe nada parece estar en su sitio.

La prensa cubana no reportó que una Comisión de Defensa hubiese desplazado formalmente la estructura de funcionamiento del Estado, pero tampoco dio cuenta de ninguna reunión del Buró Político, el Secretariado o del Comité Central del Partido, ni de los Consejos de Estado y de Ministros o de la Asamblea Nacional. Del Jefe de Estado se supo después de transcurrida la primera semana por noticias de prensa escrita que aseguraban que impartía instrucciones telefónicas y se reunía con algunos dignatarios extranjeros. El informe que evalúa los daños causados por los huracanes fue publicado por los periódicos sin que nadie lo firmase ni asumiera responsabilidad por lo que allí se decía. El anuncio de una ola represiva con juicios y sentencias sumarios contra todo aquel que, con justicia o sin ella, sea acusado de especular, robar o desviar recursos apareció en el periódico oficial del partido Comunista de Cuba bajo la enigmática frase “Granma está autorizado a informar”.

La única voz que dictamina, orienta y juzga a cara descubierta es la del ilustre Asesor en Jefe de la Asamblea Nacional que, a todas luces, todavía hace valer su rango de Comandante en Jefe y de Primer Secretario del Partido en esta peculiar sucesión inconclusa. Por eso debe tomarse nota de que los reconocimientos otorgados en sus “Reflexiones” a aquellos dirigentes que, a su juicio, se destacaron en los recientes días tormentosos se centran en los militares. Fuera de ellos sólo José Ramón Machado Ventura alcanzó una referencia.

Pareciera que un rabo de nube, como el Gustav o el Ike, se hubiese llevado toda la estructura civil del Estado –por ornamental que siempre fuese- y ahora estuviésemos de facto bajo una junta militar que gobierna con leyes de excepción que no han sido formalmente declaradas. En ese contexto, curiosamente, se han producido también cambios en la cúpula militar de las FAR.

Estamos ante un poder invisible o muy próximo a serlo.

¿Quiénes, en ejercicio de qué autoridad y desde cuál estructura gubernamental asumen la responsabilidad por el alza en los precios de la gasolina, los controles de precios, las razzias que desbordan incluso las ya arbitrarias leyes vigentes, el rechazo a las donaciones de ciertos países, el envío a Jamaica y Haití de dos toneladas y media de medicamentos en medio de la crisis? ¿Los que anuncian e implementan esas medidas o quienes las decidieron? ¿Quién asume ahora ante el país y la comunidad internacional la responsabilidad futura por cualquier hambruna al limitarse a afirmar que no ocurrirán? ¿Un ministro que todos saben que no decide ninguna política económica esencial sino administra las que le imponen otras autoridades? ¿Dónde se asienta el poder real de decisión? ¿En la Plaza de la Revolución, los ministerios o un hospital con severa escolta?

Pocas veces ha sido tan clara la división de funciones entre la elite y el gobierno. La primera manda; la segunda administra lo que la primera decide.

NOTA DEL AUTOR DEL BLOG

Este post salió con retraso por lo que presento excusas a los lectores. Mi trabajo deja cada vez menos tiempo para dar seguimiento a este blog. He considerado pertinente hacer un esfuerzo por mantenerlo al menos hasta que cumpla el año en diciembre próximo y entonces decidiré si lo cierro o no. Pero ya me resulta imposible dar seguimiento adecuado, como hasta ahora, a la sección de comentarios. Por esa razón no podré seguir recibiéndolos a partir de hoy. Si el año entrante llego a encontrar el modo de compatibilizar mi trabajo con la responsabilidad de continuar alimentando semanalmente este espacio, buscaré entonces otras formas de viabilizar la participación de los lectores. Mientras tanto su correspondencia sigue siendo bienvenida a mi buzón electrónico: jablanco@rogers.com



OBAMA Y EL CAMBIO DE ÉPOCA

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Barack Hussein Obama es presidente de Estados Unidos. El antiamericanismo, como ideología del odio simplista y ramplón, ha recibido un golpe de alcance planetario. El soft power estadounidense –más poderoso que sus hoy comprometidos ejércitos y finanzas- inicia un proceso de recuperación con la nueva Administración que se inaugurará en enero próximo. Obama puede restaurar el espíritu que dio origen a la frase “Hoy todos somos americanos”, que recorrió el mundo cuando el ataque al World Trade Center y que Bush hizo añicos en muy breve tiempo. No le será fácil, pero es posible.

Barack Obama es el primer presidente afroamericano. Pero no es un líder negro. Es un líder carismático americano. Su programa va más allá de la reivindicación de un grupo racial. No es administrador, es un innovador. Collin Powell lo ha llamado una personalidad de estatura transformacional para eludir la palabra “revolucionaria” que hoy es anatema en la cuna de todas las revoluciones modernas.

Obama se propone traer a la democracia americana una transformación posmoderna de gran alcance. Ya lo hizo en alguna medida. Por eso pudo imponerse en las primarias contra Hillary Clinton. Apoyándose en Internet y con una estrategia de comunicación directa con las bases fundó un movimiento nacional propio, constituido por múltiples redes de apoyo político. Basándose en el trabajo de activistas y las modestas recaudaciones de millones de ciudadanos pudo liberarse de las limitaciones financieras, controles políticos y manipulaciones mediáticas del establishment del Partido Demócrata. La World Wide Web le permitió recaudar más dinero para su campaña que el que nunca antes en la historia recibieron los políticos estadounidenses de las grandes corporaciones privadas. Nadie ha sabido aprovechar mejor que Obama el fenómeno político posmoderno de la nueva era de la información.

Decir que ganó las elecciones por el desastroso desempeño de George W. Bush o sus dotes oratorias es negarle estatura. Pese a la verdad que encierran ambas observaciones debe tenerse presente que ganó porque ofreció algo nuevo a lo que el resto de los candidatos de ambos partidos ofertaban. De nada sirve ser buen orador – sea Fidel Castro o Barack Obama- si el mensaje no conecta con las aspiraciones coyunturales de quienes lo reciben , o se sospecha que quienes lo emiten son parte de un paradigma obsoleto al que volverán tan pronto sean electos. Un orador pésimo como Hugo Chávez pudo al inicio abrirse paso por vía democrática –la que hoy intenta cerrar- porque sacó partido al largo resentimiento contra una oligarquía y clase política insensibles a las necesidades de las mayorías. En Cuba, Fidel Castro dejó de ser un líder carismático mucho antes de su actual convalecencia, cuando su discurso se divorció de los intereses e idiosincrasia del pueblo que antes lo recibió con los brazos abiertos.

Los estadounidenses intuyen que el régimen de gobernanza político y económico que hoy los regula está en crisis. Quieren un nuevo capitalismo con un New Deal que no sea una réplica del de Franklyn Delano Roosevelt, sino que se ajuste a las realidades de este siglo XXI. No les asustan los líderes carismáticos porque saben que los pilares centrales de su democracia –separación de poderes, libertades políticas y civiles, poder judicial independiente- gozan todavía de buena salud y son capaces de controlar a quien intente barrerlos por buen orador que sea. Es precisamente por ellos que un candidato negro como Obama pudo competir y ser electo presidente. Estados Unidos en el 2008 no es comparable con aquella Cuba que en 1959 adolecía de grandes debilidades en su institucionalidad democrática.

El desafío que se le presenta a Obama es cómo hacer uso eficaz de las instituciones democráticas para desarrollar políticas –domésticas e internacionales- en interés de la nación en su conjunto, incluyendo a los que no votaron por él, y no sólo de un sector de funcionarios, políticos o financieros en Wall Street. Esa no es tarea exclusiva de un presidente , sino de una nueva generación dispuesta a abandonar el cinismo y escepticismo sobre la virtud de la política. A ella se enfrentará una parte muy poderosa del sector privado y de la clase política estadounidense, tanto del Partido Republicano como del Demócrata. No es poca cosa. Pero el reto principal para Obama es el de aprender a mirar la realidad desde una nueva perspectiva y saber trasmitir a otros esa cualidad. Esta campaña electoral apenas ha sido el primer paso en esa dirección. Pero por ser el primero es trascendental.

En 1776 la Revolución Americana imaginó y materializó un nuevo mundo dando paso a un cambio de época. ¿Puede Estados Unidos en el siglo XXI generar el imaginario y sentar los fundamentos de un nuevo sistema democrático de gobernanza nacional e internacional con la misma ingeniosidad con la que inventó la democracia moderna, el régimen multilateral de relaciones internacionales posterior a la II Guerra Mundial y la tecnología de Internet que ha transformado el modo en que interactuamos a cualquier escala?

Estamos inmersos, desde mediados del pasado siglo, en un nuevo proceso civilizatorio generado por la acelerada revolución de las tecnologías de información y comunicaciones. El tránsito planetario hacia otros regímenes de gobernanza nacionales e internacionales será difícil y convulso – incluso violento- y puede tomar hasta mediados del presente siglo. Transformar mentalidades y luchar contra intereses creados es más complejo y lento que revolucionar las herramientas tecnológicas a nuestro alcance. Pero no es imposible. Incluso se vuelve ineludible.

Lo que acaba de ocurrir en Estados Unidos es síntoma de la complejidad del proceso histórico de transformación mundial que hoy experimentamos. Las mejores intenciones de Obama no tienen el éxito garantizado. ¿Quién puede dudarlo? Pero haber aceptado el reto de promover cambios –y los peligros que eso conlleva- ya le ha ganado al nuevo presidente el respeto de amplias mayorías dentro y fuera de Estados Unidos.

Los que hasta el último minuto apostaron en La Habana a que “el negro” nunca sería electo – y trataron de contribuir a su derrota en Florida manipulando la traumatizada psiquis del exilio cubano- ahora apuestan a que lo asesinen, o, al menos, cometa errores de tal magnitud que pierda su atractivo político. No están solos. En Moscú, Teherán y Caracas, por mencionar algunos, hay quienes comparten su incredulidad y parecen dispuestos a enfrentarlo a una temprana crisis para sacar partido de su inexperiencia, tal y como antes hiciera la URSS con John F. Kennedy.

Desde una perspectiva política, Obama no es un presidente débil. Muy por el contrario, su presidencia goza hoy de un consenso nacional e internacional que neutraliza a sus enemigos. Es además poseedor de un carácter e inteligencia excepcionales. Aquel que lo desafíe puede contribuir a galvanizar y consolidar de manera definitiva la simpatía interna e internacional que ya existe en torno a su presidencia, quizás en mayor medida que cuando “el joven e inexperto” John F. Kennedy salió airoso del reto que le presentó la Crisis de los Cohetes en octubre de 1962. Si se lanzan a esa aventura, les arriendo las ganancias.

A los racistas -de “izquierdas” y "derechas"- mi más sentido pésame.



China y Rusia: ¿fuerzas reformistas?

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Recuerdo la conmoción que hace años causó Juana Bacallao cuando creyendo agradar a sus anfitriones hizo un brindis por Chiang Kai Chek en una recepción de la embajada de Mao Tse Tung en La Habana. Después de todo, lo de ella no es la política sino el vaudeville. Pero también sucede que al cruzar el umbral de cierta edad se tiende a confundir personas, lugares y situaciones. Recuerdos juveniles se agitan y enturbian la razón creando situaciones ridículas. Es por eso, como apuntara Fidel Castro en un olvidado discurso que la semana pasada me enviase un lector, que es siempre necesario renovar los dirigentes. A los viejos, según su propia advertencia, puede ofrecérsele que continúen aportando su experiencia desde un Consejo de Ancianos.

Cuando los estadistas contemporáneos visitan la isla lo hacen con la solemnidad y respeto de quien se sabe en un museo del pasado siglo. En él los ancianos siguen aferrados al poder. Los cubanos, por su parte, lo ven como una versión del Hotel California de donde, según narra la canción de los Eagles, nunca se puede salir.

Jóvenes dirigentes chinos y rusos recorren en estos días la región buscando comercio e integración, no hipotecas ideológicas. Les interesa el petróleo de Venezuela, no los ditirambos “bolivarianos”; el níquel cubano, no las reflexiones del compañero Fidel. A diferencia de la Unión Europea y Estados Unidos no se sienten motivados por el examen de la situación de los derechos políticos y civiles, pero no por ello se constituyen en mecenas incondicionales. Esperan que los acuerdos comerciales se cumplan y los créditos se paguen. Son representantes de dos modelos de neocapitalismo, -totalitario y autoritario-, no de sistemas comunistas ni socialistas. El resto es paisaje.

Los barcos y aviones de guerra que han aparecido en el Caribe por cortesía de Caracas son, probablemente, el folklórico episodio final de un capítulo llamado George W. Bush. Pronto la Unión Europea y Barack Obama renegociarán el despliegue de cohetes estadounidenses y la expansión de la OTAN a cambio de garantías permanentes a la seguridad y la estabilidad de todos los países de aquella región. Cuando eso suceda la postalita mas difícil de coleccionar para los niños cubanos y venezolanos serán la que tenga la foto que recuerde esta visita de la flota rusa. Sin duda, La Habana puede todavía identificar algunos puntos de posible alianza política coyuntural con Rusia, pero no es como antes una alianza ideológica, porque la clase dominante rusa no es comunista ni socialista, aunque sea autoritaria. Lo mismo puede decirse de China.

La alianza estratégica que en realidad buscan chinos y rusos es con Washington. Quieren sentarse con europeos y estadounidenses a construir juntos una nueva arquitectura internacional multipolar en la que Moscú y Beijing no sean marginados ni hostigados. El flirteo con ancianos y orates –créditos, armas y retórica solidaria incluidos- es el ajedrez que han de jugar mientras llegan hasta allí. Sólo Bush pudo obrar el milagro de atizar viejos amores, pero con Obama en la Casa Blanca, ¿a quién le interesa conversar sobre el porvenir mundial con los gobernantes de una islita que no tendrá futuro mientras ellos apuntalen su inmovilismo?

La mala noticia para el Parque Jurásico habanero es que están lidiando con fuerzas que cuando enfrenten crónicos impagos ralentizarán como hasta ahora la implementación de sus compromisos. Al final, es probable que arriben a la conclusión de que jamás podrán cobrar lo que le adeuden a menos que Cuba cambie. Por ello no es impensable que terminen uniéndose a otros actores, internos y externos, para presionar juntos por la apertura y reforma económica de la isla. A fin de cuentas, ellos son modernos y razonables. Sólo esperan por una oferta que no puedan rehusar.



Entre Palin y Penn

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No estamos solos los cubanos cuando pretendemos saber la solución de cada entuerto. Si lo dudan , tomen nota del modo en que tanto conservadores como liberales en Estados Unidos siempre creen tener la última palabra sobre cómo arreglar nuestros problemas. Unos suponen que basta con apretar más las clavijas del embargo para que todo cambie en Cuba. Otros creen que apenas hay que levantarlo unilateralmente para que todos se den la mano en la isla y a través del Estrecho de la Florida. Ambos olvidan que el conflicto tiene raíces cubanas aunque se haya internacionalizado desde el inicio. Es por ello que suponen que los problemas de Cuba se pueden resolver en Washington.

Con la elección de Barack Obama – ¡albricias! – se presenta una nueva oportunidad para abordar la cuestión de Cuba desde una perspectiva más creativa. Es sólo una oportunidad. Aprovecharla supone forjar una política que se aleje de la noción de que estamos ante una película de Hollywood con buenos y malos. Nuestro problema es más complejo, y dista mucho de ser como lo entienden, con peores o mejores intenciones, conservadores como Sarah Palin o liberales al estilo de Sean Penn. La oportunidad que ahora se abre puede cerrarse mañana si no aprendemos primero las lecciones de este medio siglo. Una de ellas es que el sostenimiento del embargo tiene simpatizantes no sólo en el Capitolio de Washington, sino en el Consejo de Estado en La Habana.

Cada vez que en los últimos cincuenta años ha existido una posibilidad de diálogo bilateral o indicio de voluntad política para buscar salida al conflicto entre Cuba y los Estados Unidos, algún hecho vino a abortarlos antes de que fructificasen. La lista es larga y las responsabilidades pueden ser distribuidas entre ambos bandos. Pero es particularmente aleccionador el más reciente episodio ocurrido en 1996 –año electoral en Estados Unidos- cuando la Administración Clinton hizo saber a La Habana que, ante la posibilidad (entonces remota) de que la Ley Helms Burton fuese aprobada, la Casa Blanca la vetaría. Bill Clinton deseaba explorar la posibilidad de normalizar las relaciones bilaterales en su segundo mandato y así lo dio a entender. Vale la pena examinar el fracaso de esa buena intención liberal ya que la frustración de las políticas impulsadas por administraciones conservadoras es más que evidente.

Temeroso de perder el voto cubano- americano en la Florida, el presidente de Estados Unidos no actuó con suficiente antelación y firmeza para impedir los vuelos de Hermanos al Rescate que por aquel tiempo habían dado un giro novedoso en sus operaciones de salvamento a los balseros. Sus nuevas iniciativas –internarse en territorio cubano y lanzar octavillas- pretendían representar formas de protesta no violentas, pero resultaban claramente violatorias no sólo de la legislación cubana, sino también internacional.

En Cuba, los enemigos de la distensión estaban al tanto del dilema del presidente. Sabían que la Casa Blanca, por consideraciones electorales, no podría lanzar ninguna acción restrictiva de peso a aquellos vuelos hasta el mes de noviembre y también conocían en detalle -y por adelantado- los planes de esa organización por vía de un espía infiltrado en ella. Estaban seguros de que esas acciones no presentaban ningún peligro real a la seguridad de la isla, pero decidieron aprovecharlas para fabricar una situación que impidiese toda mejoría en las relaciones bilaterales.

Derribar las avionetas ponía al presidente Clinton contra la pared. El registro de las comunicaciones indicaba que no se habían hecho disparos de advertencia ni maniobras aéreas para desviarlas de su ruta. Era un hecho de una magnitud imposible de pasar por alto, mucho más en plena campaña electoral. De las decisiones que le fueron presentadas –suscribir la Helms Burton o bombardear la base aérea de San Antonio- el presidente de Estados Unidos escogió la que creyó más benévola.

La clave en torno al episodio de las avionetas no radica en el lugar en que fueron derribadas, sino en el momento escogido por La Habana para hacerlo. ¿Por qué decidieron volarlas en pedazos en febrero de 1996 si sabían que venían desarmadas y cuando la posibilidad de vetar la Helms Burton y abrir un proceso de distensión era real? ¿Por que no esperaron a las elecciones en noviembre si tenían el monitoreo exacto de las actividades de Hermanos al Rescate? ¿Por qué planificaron meticulosamente su derribo y no maniobras alternativas para modificar la ruta u obligarlas a aterrizar?

Los que hablan del derecho soberano de Cuba a disparar contra las avionetas deberían recordar que Gorbachev -pese a tener igual derecho- no dio la orden de derribar una nave similar piloteada por un joven alemán. Aquella incluso aterrizó en la Plaza Roja después de penetrar profundamente el territorio de la URSS y sobrevolar objetivos militares clasificados. Perder la posibilidad de avanzar hacia la distensión con Occidente representaba para Gorbachev un riesgo más grave a la seguridad de la URSS y el bienestar de su población que la información que pudiese haber recopilado aquella avioneta. Pero la lógica de Gorbachev no es la de Fidel Castro.

Clinton calculó que podía posponer por unos pocos meses el tomar medidas eficaces para impedir los vuelos porque supuso que La Habana los toleraría. Creyó que la lógica de Castro sería priorizar la derrota de la Helms Burton y proceder a un proceso de normalización de relaciones. La Casa Blanca basó su política en un supuesto falso. Pese a las penurias que sufría la población en el llamado Periodo Especial, Fidel Castro no tenía interés alguno en que le levantasen el embargo ni en normalizar las relaciones. Como tampoco hoy le interesa recibir ayuda humanitaria de ese país cuando los cubanos han sufrido la devastación de tres huracanes. Suponer que Castro comparte de algún modo los axiomas de la lógica liberal es el primer paso en el camino errado. Su agenda no la dicta tampoco el marxismo o valores socialistas, sino el más estrecho egoísmo.

Al ser aprobada la Helms Burton por cortesía de la iniciativa del Comandante en Jefe cubano, el poder ejecutivo estadounidense, en clara violación de los preceptos constitucionales, perdió la potestad de decidir la política exterior hacia Cuba y traspasó al Congreso esa responsabilidad. Desde entonces levantar cualquiera de las restricciones codificadas en esa ley sólo puede hacerse repudiando la ley en su conjunto por decisión del Congreso. El congresista Díaz Balart debería reconocer, en justicia, que sin la ayuda decisiva de Fidel Castro nunca se habría aprobado esa legislación.

En La Habana, Washington y Miami hay sectores que siempre han mostrado un marcado interés en descarrilar cualquier distensión. Unos, por un patriotismo mal entendido. Otros, porque en cualquiera de las dos orillas han encontrado un provechoso modo de vida en la prolongación del conflicto, del mismo modo que lo hacen las FARC en Colombia.

Ahora que en algunos centros influyentes de Estados Unidos vuelve a hablarse de reexaminar la relación bilateral con Cuba es pertinente instarlos a que primero se formulen, oportunamente, algunas preguntas sobre la naturaleza de este conflicto e identifiquen quienes son sus actores principales y cuáles son sus intereses. Otras interrogantes no menos productivas podrían ser: ¿A quién podría interesarle que fracasara de nuevo cualquier diálogo o negociación? ¿Qué nuevas –o viejas- piedras y cáscaras de plátano podrían lanzarse al camino de la distensión? ¿Qué medidas pueden tomarse para evitar que los provocadores tengan éxito nuevamente? Para darle una respuesta acertada a esas interrogantes hay que primero alejarse de los simplismos maniqueos sobre Cuba que marcan los supuestos tanto de los conservadores como de los liberales estadounidenses.

Cambiar el contexto externo de este conflicto normalizando la relación bilateral con Estados Unidos incidirá de modo importante sobre el curso que aquel tome en la isla, por lo que siempre reviste especial importancia. Pero ese cambio no asegura per se la dirección que tomen los acontecimientos en Cuba ni aporta la solución definitiva a los problemas de todo tipo que el país enfrenta. El núcleo central del problema fue y sigue siendo cubano por lo que los actores nacionales –diáspora incluida- serán los realmente determinantes en la salida, mejor o peor, que aquel tenga.

El problema de Cuba tuvo su origen en esa isla, no en Estados Unidos. Las políticas de Washington complicaron aun más las cosas, pero no generaron este conflicto. Nuevas politicas de Estados Unidos pueden facilitar la búsqueda de soluciones, pero no las aportarán. Va siendo hora de que asumamos nuestra responsabilidad por el porvenir y abandonemos la creencia de que otros -sean rusos, venezolanos, chinos o estadounidenses; sean conservadores o liberales- serán quienes den respuesta a nuestras vicisitudes.



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La sociedad cubana ante el cambio

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Autor: Juan Antonio Blanco

Juan Antonio Blanco

Juan Antonio Blanco Gil. (Cuba) Doctor en Historia de las Relaciones Internacionales, profesor universitario de Filosofía, diplomático y ensayista. Reside en Canadá.
Contacto: jablanco96@gmail.com

 

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